Dentro del
gran acervo cultural de la tauromaquia, se nos brinda la oportunidad de bucear
en la historia, y así poder escribir artículos, como este que hoy nos ocupa,
con el fin de poder recordar y revitalizar algunos protagonismos ocurridos.
La suerte de
la Suiza: tenía
lugar en las corridas reales y por ello el elemento militar a lo largo de los
siglos tuvo cierto protagonismo especialmente en las guardias de Alabarderos,
dando lugar esta suerte de naturaleza castrense, que se jugaba la lidia pero
con carácter independiente de esta.
El origen de
esta suerte se remonta a 1455 en que "un día corriendo toros delante
del Rey Don Enrique, entre ellos hubo uno asaz bravo, porque había desbaratado
la guardia del Rey dos veces” (Hechos de don Alonso de Monroy, Clavero y
Maestre de la Orden de Alcántara).
Este hecho y otros parecidos se repitieron en distintas épocas, como se refleja
en las crónicas y obras literarias escritas entre otros, por Lope de Vega,
el Príncipe de Esquilache y Pedro Serna. Éste último,
refiriéndose a una corrida que tuvo lugar en 1650 para celebrar el enlace de Felipe
IV con doña Mariana de Austria en el que también los toros
embistieron contra la Guardia Amarilla (color del uniforme de los
alabarderos) de Su Majestad, escribió la siguiente octava: "Un toro
bravo, formidable e inquieto a quien del Rey la guarda firme aguarda,
hizo de ella tres veces tal efecto que no temió cuchilla ni albarda, pues sin
acatar al mismo Rey respeto acometió por medio de la guarda, y de los
borgoñones amarillos sacó dos de los cuernos por anillos”.
La cierta e hipotética posibilidad de que los toros alcanzasen a las personas
regias y, por otro lado, las exigencias del protocolo y del ceremonial propios
de tales personas, demandaron el que los alabarderos montasen guardia bajo el
balcón o palco real durante las fiestas de toros a las que asistiesen los
Reyes.
La suerte suiza o alabardera, como otras de la Fiesta nacional-taurina,
evolucionó desde sus orígenes en el siglo XV hasta su desaparición a principios
del XX. Pero antes de continuar veamos en qué consistía dicha suerte.
Consultados diversos autores hemos llegado a la conclusión de que nació como
una simple acción defensiva tendente a impedir que el toro se acercase al
zaguanete o sitio en el que en línea de una a cuatro filas, según la
circunstancias, la Guardia Real azuzaba al animal con sus alabardas cuando éste
se aproximaba demasiado. Posteriormente parece ser, aunque de ello no hay
constancia clara, que una fracción de la guardia se desplazaba al centro de la
plaza formando un circulo o el clásico cuadro militar desde el que aguantaban
la embestida del o de los toros que se soltaban para que les diesen muerte los
alabarderos.
La suerte
suiza fue parodiada en muchos lugares, sustituyendo los alabarderos por
otros guardias, y degeneró en manos del paisanaje, pasando de ser una acción de
carácter defensivo, aunque a veces cruenta, a un acto bárbaro y salvaje que
realizaba un grupo numeroso de personas, las cuales a la salida del toril
atacaban al astado, levantándole por el aire con sus picas hasta que
moría. Desgraciadamente estas y otras costumbres parecidas relacionadas con la
tauromaquia, han ofrecido contundentes argumentos a los numerosos detractores
de la Fiesta nacional-taurina que, por otro lado nada tiene que ver, en punidad
con tan crueles y aberrantes prácticas.
Volviendo a
nuestros alabarderos, aunque aparentemente su enfrentamiento con los toros
pudiese parecer excesivamente desigual, no debió serlo tanto, si tenemos en
cuenta el tamaño y cornamentas de los toros de la época, prueba de ello es el
siguiente relato, que figura en los textos más relevantes de la historia del
toreo. Para celebrar las bodas del Rey Alfonso XII con Ana María de
las Mercedes de Orleans tuvo lugar en el coso madrileño el 26 de enero
de 1878, una corrida en la que se desarrollaron los siguientes incidentes:
El segundo toro de la lidia-del Duque de Veragua- intentó varias veces
romper la triple línea protectora del palco real, formada por 48 alabarderos.
El tercero – de don Antonio Hernández- derribó a un alguacil que cayó
sobre los guardias reales. Por último, el séptimo toro llamado "Milagros”
– de Aleas- aventajó a los demás en fiereza y acometividad pues mientras
el diestro correspondiente Manuel Carmona "El Panadero",
brindaba la muerte de "Milagros”, este arremetió contra el
zaguanete deshaciendo la formación de la Guardia Real, alguno de cuyos
miembros, tras hacer frente al astado, rodó por el suelo con la alabarda hecha
añicos. Curiosamente fue el propio Carmona quien dio muerte a la fiera de
estocada y descabello, después de que el espada Felipe García alejase al
morlaco del zaguanete.
La última actuación de los alabarderos en las plazas de toros fue en la corrida
celebrada con motivo de la mayoría de edad de Alfonso XIII, transcurrió
el 21 de mayo de 1902.
En otra
ocasión seguiremos con los alabarderos y su contribución a la música, como
embrión de las bandas en los festejos taurinos y de lo que fue después el
pasodoble, que hoy ameniza nuestras centenarias plazas de la Iberia.
Hay que decir que hemos buceado extraído y recopilado datos en las
bibliografías de toros tratamientos técnicos e históricos y cultura del arte de
Cossío, Horcajada, Ortiz Blasco y Antonio Mena.
Fuente.- Fermín González,
comentarista de Salamanca RTV al día