Por Antonio Lorca.
Vicente Ruiz alcanzó ayer la categoría de héroe porque llegó a la
meta inalcanzable de su sueño. Volver a vestir el traje de luces tras 21 años
de desagradable olor a cloroformo, de quirófano en quirófano, y hacer el
paseíllo tratando de ocultar con gallardía la cojera de una pierna biónica es
una machada que solo puede hacer un torero. Vicente Ruiz era un hombre henchido
de motivación, enemigo de su propio destino, que se propuso y consiguió romper
las leyes de la lógica.
Y resucitó El Soro.
Embriagado por la emoción, empujado por su gente, agigantado por su espíritu de
lucha, se olvidó de sus graves deficiencias físicas y capoteó con la celeridad
y bullanguería que le hicieron famoso; clavó banderillas en el túnel del
tiempo, con una facilidad impropia de su situación, y muleteó como la misma
técnica tosca y tremendista de sus buenos tiempos. Y triunfó.
Lo curioso es que mientras el
hombre-torero se batía en duelo mortal contra las adversas circunstancias de su
vida, las redes sociales se rasgaban las vestiduras ante el espectáculo
sorista: ‘degradante’, ‘lastimoso’, ‘grotesco’, ‘lo nunca visto en una plaza’,
‘me voy’…
Ciertamente, la imagen no era estética.
Al cuerpo del torero le sobran kilos y tornillos, encogido todo él, y carece de
las facultades físicas que se le suponen a quien pisa el albero. Pero El Soro
triunfó -¡en una plaza de primera!- a su modo de siempre ante un toro
anovillado, inválido, lisiado y moribundo.
El mismo tipo de toro al que momentos
después se enfrentaron dos reconocidas figuras como Ponce y Manzanares;
pero, qué casualidad, había desaparecido como por arte de magia la grotesca
situación para quienes minutos antes se habían sentido presos del escándalo.
¿Acaso no es mucho más lastimoso el
constante espectáculo de toros renqueantes, tullidos, aborregados y amorfos que
se lidian cada día por exigencias de las figuras?
El pecado de El Soro es
que ha dejado a la torería moderna con el trasero al aire; ha demostrado que un
torero con una rodilla destrozada y entrado en años puede triunfar con el toro
de hoy. El Soro (sin proponérselo) no tuvo vergüenza -reparo y rubor- en
enseñarle al mundo que el espectáculo verdaderamente deplorable no era el suyo,
sino el de quienes cada tarde intentan engañarnos con un toro con cara de
sardina y espíritu desvaído.
El Soro ha cumplido su sueño y, quizá,
por fortuna, la voltereta en el segundo toro le pondrá los pies en el suelo.
Cuatro o cinco meses de reposo para que las vértebras fracturadas vuelvan a su
sitio es el mejor tratamiento para que vuelen de su cabeza otros sueños de una
gloria ya pretérita para el torero valenciano.
Pero lo que son las cosas: ha debido
reaparecer un torero maltratado por la vida, sin futuro en el ruedo y con una
cojera evidente para abrir los ojos a más de uno.
Ayer, lo grotesco no fue la lección de
coraje y hombría de Vicente Ruiz El Soro, sino que el toro de
hoy permita que un torero discapacitado triunfe con él.