Por Antonio Lorca
Un rescate urgente para los toros
Se cumplieron los peores pronósticos. El balance de la larga feria de
San Isidro está cargado de tristeza y decepción. Ningún torero ha salido
por la puerta grande; ningún toro ha merecido los honores de la vuelta
al ruedo, y solo el público, el siempre fiel y generoso público, ha
acudido en masa cada tarde a pesar del persistente aburrimiento. Es
evidente que la fiesta de los toros está pidiendo a gritos un rescate
urgente.
Se han celebrado 24 festejos: 19 corridas de toros, tres novilladas y
dos espectáculos de rejoneo. Solo tres matadores han cortado una oreja
cada uno: Sebastián Castella, Iván Fandiño y Morenito de Aranda; dos
novilleros, Gómez del Pilar y Gonzalo Caballero, han paseado un trofeo, y
han sido los rejoneadores los que se han dado el festín: dos orejas
cada uno Diego Ventura, Andy Cartagena y Sergio Galán, y una Hermoso de
Mendoza y Leonardo Hernández.
Se han lidiado 114 toros, y la inmensa mayoría se ha caracterizado por
la invalidez, la mansedumbre y una alarmante falta de casta. Solo
algunos ejemplares aislados de Baltasar Ibán, Alcurrucén, Cuadri y
Adolfo Martín se han salvado de la quema, junto a dos novillos
excelentes de Guadaira, y otro, sobrero de Couto de Fornilhos, que ha
sido, a la postre, el más bravo y encastado de toda la feria.
Castella ha sido designado como sorprendente triunfador del ciclo y
autor de la mejor faena. Su elección suena a aquello de en el país de
los ciegos… Se le debe reconocer su heroicidad la tarde en que un toro
de Victoriano del Río lo atropelló para matarlo, o su buen hacer
muleteril ante un toro de Núñez del Cuvillo en el que llegó a escuchar
dos avisos. Pero su labor de conjunto distó mucho de la categoría
exigible al triunfador de un ciclo tan importante. Brilló a gran altura
Iván Fandiño, pero no fue capaz de rematar un paso histórico por la
feria; gustó sobremanera Morenito de Aranda, y se reconoció el valor
supremo de Javier Castaño; un año más, un recuerdo para los novilleros,
dos madrileños en este caso, Gonzalo Caballero, que llamó la atención
por su clásica y personalísima forma de entender el toreo, y, sobre
todo, Gómez del Pilar, el más torero, sin duda, de todo San Isidro, que
conmocionó a la plaza la tarde del 28 de mayo porque toreó con capote y
muleta como los propios ángeles, aunque perdió las orejas al fallar a la
hora de matar.
Una mención de honor merecen, asimismo, algunos picadores, entre los que
sobresalió el mexicano Nacho Meléndez, y un buen puñado de
banderilleros que dejaron muy alto el pabellón de la torería.
¿Qué ha pasado para que el tedio y, muchas tardes, la desesperación se
hayan apoderado del ciclo taurino más importante del mundo?
He aquí un par de claves.
El toro parece una especie extinguida. Al menos, está desaparecido. Lo
que sale hoy al ruedo, con contadísimas excepciones, nada tiene que ver
con el animal bravo y poderoso, de encastado nobleza, que da sentido a
esta fiesta.
Los toreros constituyen un sector en horas bajas. Se cansan de cortar
orejas en plazas de segunda y tercera, y pasan de puntillas por las
Ventas. Las figuras se han ocupado tanto por disminuir el riesgo del
toro que han creado una nueva especie que se ha convertido en su peor
enemigo. Han conseguido desnaturalizar el toro, y el resultado salta a
la vista.
El estado actual de la fiesta, fotografiado en San Isidro, es producto
de la más absoluta desunión de todos los sectores implicados. Sobran
toreros, ganaderos, pícaros y, sobre todo, esa permanente sensación de
fraude que a tantos buenos aficionados expulsa de las plazas. Falta
unidad, honradez, integridad, autenticidad…
Es imprescindible que alguien se interese de verdad por la fiesta de los
toros, y la rescate de la tristeza actual. Ello exigirá duros
sacrificios, pero parece la única manera de que el futuro deje de
presentar un color azuloscurocasinegro. Portal Taurino / El País