Por Salvador Santoro
Dedicatoria, a modo de brindis:
A mi dilecto amigo, Mario Lozano Crespo – docto jurista y ameno
conversador -, dedico este redactado en su condición de preclaro
aficionado taurino (por herencia paterna), desde su natal Sevilla: bella
y “torerísima” ciudad.
Con mi gratitud, afecto y reconocimiento; recibe el testimonio de
mi consideración personal más distinguida. ¡Va por ti, Mario!
Por su plasticidad e importancia dentro de la Tauromaquia, a “La gaonera”, se dedica – a propio intento – esta columna. Su gestación, paternidad y ejecución merece ser contada con cierto detenimiento.
Como proemio, apuntar que este quite clásico es – por exposición
y verdad – el más relevante del toreo con el capote a la espalda; hasta
tal punto, que puede compararse a “La verónica” (con el percal por delante) e incluso al “natural”, pase fundamental de muleta.
El banderillero madrileño, Saturnino Frutos “Ojitos”, se lo vio hacer al diestro de Madrid, del siglo XIX, Cayetano Sanz, de sobrenombre “El Petronio de la Arganzuela”. Tras pertenecer a las cuadrillas de célebres toreros, como el inmenso y valeroso estoqueador granadino Salvador Sánchez “Frascuelo”; Ojitos,
se traslada a México fundando una escuela taurina en la localidad de
León de los Aldamas, de donde era natural Rodolfo Gaona Jiménez que,
pasado el tiempo, sería su discípulo más aventajado y al que enseñó esta
suerte que lleva su nombre. Gaona – al que llamaban “El indio grande”
– fue coleta muy elegante aunque de irregular trayectoria, que alternó
con todas las figuras de la época en España y allende los mares.
Teniendo a Ojitos por maestro y mentor, Rodolfo, estrena la gaonera
en la plaza El Toreo de la Condesa (anterior a la actual Monumental de
Insurgentes, de México D.F.), en 1910 y, al año siguiente, lo hace en
Madrid con gran éxito.
Para su ejecución, el torero se sitúa de costado, sosteniendo el
engaño con la “palma” de las dos manos pero por detrás del cuerpo.
Previamente, se habrá “echado” el capote a la
espalda (lo bonito es hacerlo con un medio farol). Se cita al toro como
para dar un muletazo, adelantando la pierna que corresponda, y –
toreando con las muñecas – se remata el lance; girando alternativamente,
para “pegárselo” por uno u otro pitón. Esta suerte, tiene similitud y
se presta a confusión con otras como torear “de frente por detrás” o el lucido quite de “La mariposa”, que creara Marcial Lalanda del Pino, ¡El más Grande! al decir de la letra de su conocido pasodoble.
En suerte tan prodigada, muchos y buenos han sido los interpretes, destacando Pablo Lozano, “La muleta de Castilla” le decían; pero ninguno ha toreado “por gaoneras”
tan puro y ceñido como lo hace José Tomás, quien – impertérrito – ante
el astado consigue “acongojar” (ya me entienden) a millares de
aficionados, que lo siguen con auténtica veneración por los escasos y
“escogidos” cosos donde se anuncia.
Fuente.- Salvador Santoro. Colaborador de Jaén para De Catafalco y Oro.