domingo, 29 de abril de 2012

EL APRENDIZ DE TORERO........... EN OTROS TIEMPOS



Había un dicho -hoy ya perdido- que decía “para ser torero, hay que ver la hierba nacer” y en verdad así era, ¡cuántas veces dormían debajo de un roble o encina hasta el amanecer! para proseguir al despuntar el alba nuevamente el camino en busca de la ansiada “gloria”. Me estoy refiriendo naturalmente, al maletilla.

Muchos han sido los Matadores de Toros que en sus inicios han peregrinado por estas tierras jienenses en busca de gloria y fortuna. Uno de los más conocidos y que ha conseguido el reconocimiento unánime de los aficionados es el torero albaceteño Dámaso González. Con el maestro Dámaso tuve la oportunidad de coincidir en un tentadero en la ganadería de D. Juan Pablo Jiménez Pasquau, Dámaso González hijo era uno de los invitados. Conversando con el “rey del temple” recordaba sus andanzas antaño por estas mismas tierras y los días de camino para llegar a una de las muchas ganaderías existentes en la provincia.

¡Qué tiempos aquellos! tiempos en los que por cualquier carretera y camino podíamos encontrarnos a esos chavalillos ansiosos de gloria que “maco” al hombro, estaquillador y vara en mano, la cual hacía la labor de “ayuda” -hoy de aluminio- llegaba a tan anhelada finca ganadera donde se había orientado de la celebración de un tentadero.

A su llegada si tenía suerte, saciaba su desesperado estómago y llegada la hora del tentadero, con el resto de “maletillas” presentes se hacía un sorteo o decidían bajar de la tapia por orden de llegada a la finca.
Si había suerte, que no en todas las ocasiones era posible, daría unos pases con la remendada “pañosa” para demostrar a los presentes ante una vaca “exprimida” por el matador de turno, el toreo que llevaba dentro, mientras tanto llegaba ese ansiado momento, seguía con la tan aliada espera sobre la talanquera de la pequeña plaza de tientas esperando esa “oportunidad”, fijo en lo que los maestros ejecutaban, pendiente a la res en todo momento y sobre todo soñando con que algún día, ya matador de fama, algo tan bello y grande como lo que percibía a su alrededor, llegaría a poseer.

Pero antes de lucir el preciado traje de luces ¡Cuantas zapatillas desgastadas! ¡Cuantos costurones en los pantalones, provocados por los revolcones en las capeas de los pueblos! Pueblos donde sus gentes, si había estado bien ante los “morlacos” que compraban para la celebración de sus Fiestas, no dudaban en ofrecer algún manjar y al anochecer, a la espera de otra jornada de camino, podía dormir al amparo de un pajar de vecino compasivo con el “maco” de almohada y de manta el viejo recosido capotillo, a la espera de que a otro día pudiera repetir la hazaña o se cambiara el ganado, algo en la mayoría de las ocasiones improbable, ya que en ocasiones llegaba la noticia de que en tal o cual pueblo la vaca fulanita o el toro menganito habían dejado mal herido e incluso exánime a algún otro maletilla, desconocedores a veces y conscientes en otras, que el ganado era el mismo que recorría prácticamente toda la zona, habiendo incluso reses que habían sido soltadas de “mamonas” para deleite de los más pequeños.

Muchas zonas de nuestra geografía han sido testigo del deambular de estos románticos, encontrándose muchos matadores ya retirados y de notoria fama. Algunos de ellos, viendo las primeras actitudes frente a un toro de estos chavales, les echaban una mano, llevándoles a su propia finca “arropándole” para probar fortuna, pero eso sí; las cosas eran claras, ¡chaval, si vales te ayudaré, de lo contrario busca un oficio del cual puedas vivir! no pierdas el tiempo, esto no es fácil.

Hoy los tiempos han cambiado y muchos jóvenes podrán llegar a pensar que el invento de las Escuelas Taurinas tal y como se conoce en la actualidad  ha existido siempre.  

 Aquellos maletillas bien organizados
 Dámaso González hijo

      El "Rey del Temple" y Juan Pablo Jiménez Pasquau