Estos días azules y este sol de la infancia
José Ramón Márquez
Hoy,
la tradicional Corrida de Beneficencia, que ese nombre siempre me
recuerda aquellos viejos carteles en seda, en cuya parte inferior se ve
una fila de menesterosos, un tullido, unos niños astrosos y sobre ellos
está escrito el nombre de la ganadería de la Viuda de Saltillo junto a los de Guerrita o Mazzantini o Reverte o Antonio Fuentes.
Esta tarde, en Las Ventas, me vino además el recuerdo de Edgar Neville,
en “Mi calle”, cuando retrata el Madrid anterior a la I Guerra Mundial,
con sus aristócratas, sus menestrales, sus obreros, su Maura y su Canalejas, y también el definitivo artículo “Anacronismo de los toros” que Foxá publicó en ABC el año ’57: “y
preside un Rey o una princesa; y dos Felipes Segundos pintados por
Velázquez -los alguacilillos- llevan al galope una enorme llave que no
abre ninguna puerta”. Hoy presidió la corrida un Rey que
desciende directamente del que otorgó las rentas de la Plaza de Toros a
los Reales Hospitales, fundamento y origen de esta Corrida de
Beneficencia y de la importancia de la Plaza de Toros de Madrid, o sea
que un respeto.
Este tiempo atrás
nos habíamos devanado los sesos alrededor de la dichosa Beneficencia a
costa del montaje que de ella hacen en los últimos años. Ahora les ha
dado por programarla en enero, cerrar el cartel con tres o cuatro meses
de antelación y meterla entre medias de la Feria, casi como una corrida
más. Primero dijeron que vendrían Ponce, July y Fandiño,
luego Ponce se lo pensó con detenimiento, comprendió que él ahí no
tenía nada que ganar y se tiró del carricoche, siendo ocupado su sitio
por Talavante. El auténtico muñidor de la corrida se entiende que será Julián de San Blas,
que como todo el mundo sabe está constantemente en todos los gazpachos,
en este caso en su búsqueda de una Puerta Grande que sumar a su magro
currículo de triunfos madrileños. Se entiende que irían en masa los
emisarios julianos a Urda o donde tengan la ganadería los Lozano a revisar los libros, las reatas, las líneas y vendimiar los ejemplares adecuados al triunfo del Pasmo de San Blas,
que pasaron el reconocimiento, tan estricto otras veces, con la mejor
nota cum laude veterinario, faltaría más. No cabe en la cabeza que eso
no haya sido así, aunque por fortuna El July propone y Dios dispone.
Los Lozano
mandaron, pues, a Madrid el fruto de la vendimia y lo que salió por la
puerta de chiqueros fue una especie de escalera que empezaba en el
peldaño inferior con una suerte de cucaracha astiblanca, gordezuela,
débil y deforme, llamada Rompepuertas, número 252, y terminaba
en el castaño Barba-Azul, número 268, estrecho de sienes y con genio. No
llamaron especialmente la atención en la cosa de las varas, salvo el
segundo, Corneta, número 6, que acudió presto y alegre al caballo que
montaba Bernal; saliendo alguno bastante manso como el quinto, Pelucón,
también con el número 6, que cambió sus instintos en el último tercio.
Es triste decirlo, pero estos Alcurrucén de hoy fueron bastante más
interesantes en su variado comportamiento que los de la deAdolfo de
ayer.
Julián
vino con un vestido que no era de su talla o que estaba mal
confeccionado, porque el hombre se estuvo toda la tarde haciendo
aspavientos, estirando el brazo, sacando el cuello. Se le notaba que no
estaba a gusto. El vestido era de color tabaco y con él se fue al
Rompeuertas a ver qué le enjaretaba para vender la moto al público tan
bizcochón. Lo que planteó Julián a Rompepuertas fue una faena “poderosa”
de las suyas, basada en el ángulo recto, en los 90º de la juliana
alcayatez, sublimación de su tauromaquia, en la rectitud del trazo: la
pasión por lo rectilíneo, en el juego de la ocultación, retrasando la
pierna contraria para no desvelarla ante el burel; eso en cuanto al
hombre y en cuanto a su circunstancia ese uso templado de la muleta para
que más o menos no se la tropiece el toro, ese pasarse al bicho tirando
a lejos y esa forma tan poco natural de ir al toro, acaso por lo mal
que le sentaba el traje, que lo mismo le tiraba la sisa. Y como remate
del festín juliano un arrimoncito vacilando al toro, trayéndole de acá
para allá como se hace en las capeas con las vacas y de postre un
supremo julipié con salto de unos 35 centímetros de altura para dejar el
estoque unos doce centímetros más atrás de su sitio. Faena
“importante” de July, muy “poderosa”, que a punto estuvo de depararnos
el consabido “robo” orejero, pues el tunante del Trinidad de hoy, que se
llamaba Julio, como César Rincón, apuró hasta el final para ondear el
pañuelico blanco.
Nótese que en el párrafo anterior he conseguido introducir los tres
conceptos que con más ahínco maneja la crítica “seria” para hablar de
Julián. Si penoso fue su poderío con el primero, lo del poderío con el
cuarto ya ni te cuento, que comparado con el Julián el catálogo de
vulgaridad de Perera del día anterior era como ver a Pepín Martín Vázquez cuando cortó las tres orejas en la Beneficencia del ’47.
Y
Fandiño. ¿A dónde va? Habíamos concebido la ilusión de que Fandiño
redimiría el asunto, que como una especie de Cruzado opondría a Julián
la verdad eterna del toreo... pero no. Fandiño trajo bajo el brazo desde
Tórtola un cajón de julianez dispuesto a espolvorearlo por Las Ventas a
la primera de cambio.
Su toro fue el manso que cambió, el 6 bis, y ahí tuvo material para dar
el aldabonazo en Madrid, para decir frente a Julián ¡Esto es lo que
hay! y que cada cual elija. Pues no. Se dedicó a proponer los mismos
argumentos que el de San Blas y sólo cuando un joven aficionado le
increpó desde la andanada 8: “¡Tú antes cargabas la suerte!”,
se le cruzó el cable y dio los tres naturales que constituyen el único
toreo que ha habido en Las Ventas esta tarde para, rápidamente, volver
la muleta a la derecha y continuar en el mismo tono decadentista en el
que había comenzado. Decepción gorda la de este Fandiño que parece haber
tocado techo y se mantiene conformista con que este statu quo le
permita matar sus cuarenta corridas al año y el que venga atrás que
arree. Anotamos una buena estocada a su primero y la creencia de que
Fandiño estuvo por debajo de las cualidades muleteriles del toro, que se
fue sin torear. Acaso Fandiño necesite más toro, más casta o fiereza en
el oponente para que sea el toro el que supla las carencias del torero.
Me reafirmo en mi comparación de Fandiño con Cocherito.
Y luego el camaleón. Se ve que hoy Talavante no
había tenido tiempo de ver algún video con el que definir su estilo
para la Corrida de Beneficencia, así que el resultado fue que presentó
un holograma bastante desdibujado, si con Barba, San José y sin ella, la Purísima,
que anduvo por diversos escenarios de la Plaza a ver si le daba un
muletazo a alguno de sus dos bichos, pero ni por ésas. Apuntemos en la
línea de la crítica seria señalando como otras causas posibles del
naufragio del Tala, el viento, un temblor de tierra de 4 grados Richter,
la amenaza de tormentas en el Valle del Ebro o la aviesa condición de
los toros que no les daba por reponer, como los reponedores del
Carrefour.
Lo mejor de la tarde, las dos cerradas ovaciones con las que la Plaza recibió y despidió a Su Majestad. ¡Viva el Rey!