Por José Luís Bautista.
Leo con atención la “enfermedad”
de mi buen amigo Pepillo Bautista y, no tengo por más que declararme con el
mismo mal, por lo que tomo buena nota de la “receta” -poco, pero bueno- haber si de una vez por
todas podemos curarnos de tan rara enfermedad. Dice así:
Mi lectura de este año 2014 ha sido positiva de principio a fin… Me he
curado.
Los más allegados pensarán que me estoy refiriendo a la batalla que le he
ganado a una dura y silenciosa enfermedad que me acompañaba durante bastante
tiempo, aunque también, no me refiero sólo a eso.
Me refiero a una, no le vamos a llamar enfermedad porque no lo es, pero si
podía ser un comportamiento enfermizo el que padecía. Me refiero a mi actitud
hacia la fiesta de los toros.
Desde niño gocé, además de ser hijo de un modesto banderillero, de vivir en
un barrio donde se jugaba al toro, varias personas de las que practicaban aquel
toreo nocturno despuntaron como novilleros y un gran número del resto nos
quedamos en aficionados, pero en general buenos aficionados. Aquellas raíces
fueron tan profundas que he estado cuarenta y tantos años disfrutando de una
afición, venida a menos desde los veinte últimos años y casi insoportable en el
momento actual.
En este año todo mi balance ha sido el de ver dos corridas de toros, una
televisada desde Las Ventas, en el que compartían cartel: Uceda, Curro Díaz y
Tejela, y otra en mi pueblo natal, Linares, con Fandiño, Curro Díaz y Luque… En
ambos casos buscando el toreo. Algo hubo. Este bagaje de temporada mío, en otro
tiempo hubiera sido sencillamente insoportable, jamás hubiera pensado que con
dos corridas en un año no me hubiera sentido ávido de más toros. Impensable es
no acudir durante toda la feria de San Isidro a ver más tardes de toros cuando
en otros tiempos hasta pedía permiso en el trabajo para poder disfrutar de la
reina de las ferias. Esta actitud me lleva a pensar, que si no estoy curado de
aquel talante enfermizo, al menos veo los toros con más sensatez.
¿Y quiénes son los galenos que me han recuperado? Pues allá
va:
Como no mencionar a aquellos ganaderos serviles que ha domesticado el
comportamiento de los toros y han permitido todo tipo de maniobra con sus
animales. Mención especial merecen ese grupo de empresarios que se han
convertido en los amos de la fiesta, ciegos por el dinero y que no ven más allá
de intercambiar a sus respectivos poderdantes, dejándose de lado, marginados, a
toreros de extraordinaria valía. Las autoridades que, sabedoras de las
manipulaciones que existen no han sido capaces de frenar la estafa también
merecen ser mencionados. Pero sobre todo, han sido los toreros, más acertado es
decir las figuras. Dije que la decadencia según mis cuentas viene desde hace
unos veinte años, para tener una referencia más aproximada, desde el reinado de
Espartaco pasando por todos -dije todos- y cada uno de sus sucesores que han
mandado en la fiesta de los toros. Toreros sin alma que se conformaron con
gratificar al público y sacrificar al aficionado. A lo mejor la culpa no es de
ellos, es mía por no entender su arte.
Tan sólo hay un factor negativo, en este año que a punto está de finalizar,
que destacar: ¡No pude estar en el X Aniversario de Opinión y Toros! Y esto si
me dolió. Me dolió porque no pude compartir esa experiencia emocional con mis
compañeros. No pude meced mis sentimientos en las notas de Pablo San Nicasio,
notas que arrebatan y despiertan el sabroso sabor salado de las lágrimas. No
pude disfrutar de la proximidad de tan respetables toreros. No pude saborear la
cadencia y hondura del Inclusero con el capote. No pude indagar en la magia del
Pana, disfrutar de la alquimia de su heterodoxia que mezclada con el temple y
su respeto al toro se transmuta. No pude saborear el añejo toreo de Frascuelo o
de la tauromaquia arco iris de Esplá. Tampoco pude ver el preñado toreo de arte
de Antonio Sánchez Puerto… No pude saborear a ninguno.
¿Y ahora qué? ¡Pues no sé! Ya no sé si estoy enfermo o curado, no lo sé.
Creo que lo más coherente es seguir el tratamiento de los doctores: ¡Poco pero
bueno!