miércoles, 12 de diciembre de 2012

En busca del encaste perdido (IV)

GANADERÍA DE EDUARDO MARTÍN CILLERO  
(ENCASTE “ATANASIO”)

Quien lo diría hace unos cuantos años, el encaste “ATANASIO” esta  bajo mínimos. Santo y seña del Campo Charro durante varias décadas, hoy día solo un puñado no muy grande de hierros tienen esta sangre, ganaderías cortas, de no más de 100 vacas, como es el caso que nos ocupa.

 Futuros "Atanasios"

 Un eralito burraco

 La divisa de Eduardo Martín Cillero, perteneciente a la Asociación de ganaderías de Lidia (A.G.L.) tiene esta sangre desde sus inicios, compradas las reses a los hermanos Gallego Fernández, su propietario que se vistió de luces en sus tiempos mozos, lidia casi toda la camada de erales, algún utrero pero pocos, en pueblos de las  provincias de Segovia, Burgos y la propia Salamanca.

Preciosa vaca

 Un pedazo de "atanasia"

Una vaca con su cria
Saca rendimiento a la Finca “Torrecilla” en el término de Barbadillo, gracias a la ayuda familiar, todos ayudan en las tareas de campo, en los tiempos actuales esto se puede considerar un logro importante. Como se ve en las fotos, las vacas están lustrosas y lucen buen trapío, de variados pelajes esperemos que sigan dando hijos e hijas con sangre “Atanasia”, esa sangre que estaba en la mayoría de las ganaderías de la dehesa Salmantina y como dice el propio ganadero Don Eduardo “realmente no sé qué es lo que ha podido pasar con este encaste, a mi me salen vacas muy buenas en las tientas y lo que lidio sale bueno, serán las modas”.
 Fotos y Texto: Javier Salamanca

La Vara y el Pañuelo

Tauromaquia autonómica



                                         La vara y el pañuelo
Cada vez que veo echar un toro al corral y salen al ruedo los cabestros no puedo evitar representarme el “Estado de las Autonomías”.  Pocas cosas importantes acaecen en la vida española de las que la fiesta nacional no sea una metáfora. Cuando hacer el amor a una dama significaba, en España y en Francia por lo menos, cortejarla o procurar su conquista, era inevitable el paralelo con los diversos tercios de la lidia, imprescindibles para llegar a la suerte suprema, a la hora de la verdad, es decir, a la de hacer el amor a la inglesa, cambiando el acusativo por el instrumental.
 
En otro orden de cosas, lo que el Parlamento es a medias, lo es por entero la plaza de toros, en la que no sólo los padres de la patria, sino los ciudadanos tienen voz y voto. En el palco presidencial hay un señor rodeado de consejeros que ordena y manda con un pañuelo en la mano.  En la España democrática saltaron al ruedo uno o dos toros ilidiables y no hubo más remedio que hacer salir los cabestros, que una vez en el ruedo, se negaron a abandonarlo e hicieron causa común con los ilidiables por mucho que el presidente de la corrida agitara su pañuelo.
 
Estos bueyes parlamentarios, a diferencia de los de la plaza de las Ventas, no saben o no pueden hacer su oficio, pero en estos casos, en otras plazas al menos, sale un mayoral con una vara para echarles una mano y mandarlos a los corrales junto con las reses dadas por imposibles por el pueblo soberano y por el señor del pañuelo.