El pleno extraordinario para conmemorar el XXXI
Aniversario del Estatuto de Autonomía de Castilla y León nos pilló de viaje,
esas casualidades enojosas que hacen coincidir inevitablemente los
acontecimientos o hechos relevantes. Nuestro amigo Pedro Vicente,
esa especie de Baudelaire del periodismo regional, notó la
ausencia y amablemente nos pone al corriente:
-¿Qué te parecen las declaraciones de tu paisano Estella?
-No sé, ando perdío...
-Coño, que habría que devolver al Estado las
competencias de Sanidad y Educación. No han tenido mucho eco, pero las hizo.
Y así fue, en efecto, en concreto a la Agencia EFE de nuestro amigoPedro
Damián de Diego.
Tales declaraciones, acaso extemporáneas, las esperaríamos de cualquier otro,
pero nunca del Estella 'bueno', presidente durante doce años
del parlamento regional y vicepresidente primero del mismo casi otros tantos.
Pero así está el patio político.
Conque, ausentes del pleno extraordinario de ayer,
nos acercamos a presenciar el ordinario de esta tarde. A priori, el
contenido del pleno no nos producía ni frío ni calor. Al poco de comenzar la
sesión, mientras Óscar López abría la lidia desgranando su
habitual relato de agravios, nuestra alma peregrina puso rumbo hacia mares
lejanos. Aquel día en que, junto con Alfonso Navalón, viajamos
hasta Lisboa para ver torear a Rui Bento.
El surrealismo, con la sorprendente asociación de imágenes e ideas en el
subconsciente, sigue ofreciendo réditos al cabo de los años. Acaso la forma
semicircular del hemiciclo, con el público en las tribunas oteando las faenas
oratorias, nos transportó el pensamiento a aquella noche en que en Campo Pequenho
corrió por los graderíos la voz de que un importante jornalista
espanhol (Navalón, por supuesto) estaba presenciando en el
callejón la corrida nocturna de toureiros e forcados amadores.
Porque el salón de plenos de un parlamento suele ser en su forma como una
plaza de toros. Aunque no aquella plaza de toros "muy grande, pero con
mucha canalla dentro" con que Alberto Lista definió
gráficamente la personalidad del poeta José de Espronceda.
Tras un almuerzo típico portugués entre gentes relacionadas con el mundo del
toro, de la mano deAmadeo dos Anjos paseamos por las calles
angostas de la Lisboa más popular, con las sardinas asándose lentamente en
cualquier esquina del Chiado o La Alfama, y la música dolorida de un fado
suspirando al otro lado de las puertas y ventana entreabiertas.
Luego nos acercamos hasta la Torre de Belém, esa joya del arte manuelino que
acaricia el Atlántico vigoroso, y concluimos en esa otra maravilla que es el mosteiro del
mismo nombre, erigido por el reyManuel I para conmemorar la gran
gesta del navegante Vasco de Gama a su regreso de la India.
Nuestra mirada se esparcía sobre el hemiciclo, y aunque ora contemplábamos a Herrera,
ora a Ana Redondo, ora a Silvia Clemente, ora a José
María González, en realidad solo veíamos los ojos chispeantes de aquel
toro zaíno que escudriñaba el callejón con ansias de devorarnos. Un callejón
sin burladero alguno, dicho sea de paso.
-Sem medo, não há necessidade de se preocupar, nos tranquilizaba Víctor
Mendes, no sin cierto ánimo coñón.
Toro mogón y mal encarado que al poco endilgaba un inopinado tarascazo a un
inseguro Rui Bento, el cual acabó en el hospital con una cornada
grave.
El portavoz socialista, Óscar López, también trató de empitonar
al presidente de la Junta. PeroHerrera torea bien en corto y le
paró los gañafones con la muleta diestra de una tríada valleinclanesca, no de
adjetivos, sino de sustantivos: "No me hablé a mí de nudos, corbatas y
horcas, señor López", que recordaba al Madrid "absurdo, brillante y
hambriento" de Valle-Inclán en Luces de
bohemia.
Al concluir las preguntas orales, Pedro Vicente salió/salimos
como alma que lleva el diablo para que su crónica parlamentaria llegara al Diario
de León antes del cierre.
-A ver qué se puede escribir de esto, porque ha sido un pleno caótico...
Y donde Pedro veía caos, nosotros solo notábamos cierta
nostalgia, la melancolía proustiana del tiempo perdido. Aquel día lejano y
dilatado en Lisboa, de vino, toros y rosas, acariciados, como en un sueño
dulce, por la música lánguida de los fados, ay.
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