Sobre la corrida de Miura y Mont de Marsan.
Gloria Cantero Martinez
No es justa misericordia aunque así lo pareciese, se
trata, en el amplio y perdido sendero por donde deambula el aficionado, de
hallar un oasis donde mitigar heridas padecidas en las tediosas tardes donde la
tauromaquia parece un espejismo vil, codicioso, simulado y fariseo.
Hallar reposo sobre las Arénes du Plumaçon, en la
capital de Landas, Mont de Marsan, supone un alivio circunstancial basado en
aquel puntual precepto: "Se necesita poco para hacer las cosas bien, pero
menos aún para hacerlas mal", hacerlo suyo y llevarlo a cabo en la forma
de administrar, dirigir una plaza, donde la afición ha respondido firme en
cuanto a asistencia, respetuosa y rigurosa ante este misterioso ceremonial que
se agiganta en jornadas como la de ayer.
Mucho para aprender:
La gestión, administración de la plaza llevada a cabo
por una COMISIÓN taurina que trabaja atendiendo al aficionado y pulsando sus
inquietudes, otorgando voz e importancia a quien realmente sufre o padece, suma
o resta.
La consideración por honrar al Toro como actor
ilustre, sobre quien gira todo el complicado universo taurómaco, dejando fuera
cualquier devaneo impuesto por esas "efigies doradas" insustancial e
injustificado.
La exigencia por saborear íntegro este sacrificio
primigenio tan rico como olvidado. Y así, el tercio de varas adquiere unas
dimensiones tan cabales como desdeñado coetáneo elemento que tanto cuesta
admirar por nuestras tierras.
Un equitativo sentido por otorgar volver a quien
brinda honestidad, que para duplicar o triplicar errores, ya dan cuenta
innobles posaderas.
Mucho para sentir y emocionarse:
Domingo, 20 de Julio, Toros de Mihura, bien
presentados ofreciendo complicaciones, peligro, riesgo y mucha emoción, pocas
embestidas humilladoras, reponiendo en cada muletazo, mostrando casta y
fiereza. Demandando oficio, disposición, ser y estar.
Las crónicas así lo avalan, más no redundare en
detalles ya expuestos, permitan que apele desde esta forma tan apasionada y
personal de sentir, vivir la fiesta de los toros a la admiración más profunda
por los tres espadas que tuvieron la gallardía de vérselas con semejantes
animales que pedían papeles desde su salida al ruedo.
Y así, desde el respeto más absoluto que acompaña al
sentido de la responsabilidad, el honor, aderezado por grandes dosis de valor
en el sentido más auténtico de la palabra, las dudas quedan arrinconadas para
mayor gloria del toreo.
Estremecimiento ante la fulminante estocada de
Rafaelillo, el oficio de Robleño, la solvencia de Cataño quien soportó
tarascadas violentas de sus oponentes, y la profesionalidad, la verdad y la
evidencia de unas cuadrillas que nos reconcilian con este espectáculo aunque
vista de metal menos preciado. Destacar, en banderillas a Ángel Otero y
José Mora, la brega de Marco Galán y la cuadra de caballos de Bonijol, esta vez
si, Maestro Toni, estuvieron presentes.
Et pour ça, mes amis, certains soirs, VIVE LA
FRANCE!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario