lunes, 24 de febrero de 2014

EL TRAPIO

Ardua tarea la de explicar – en el acotado espacio de esta columna – el vocablo más difícil de definir del extenso argot taurino: el “trapío”. Empero, en lo posible, se intentará.
Según el académico y tratadista, José María de Cossío, su etimología deriva de la jerga marinera, concretamente, del velamen de las embarcaciones. También, en acepción admitida por la Real Academia Española: “buena planta y gallardía del toro de lidia”. Para los veterinarios, se trata del conjunto de características exteriores (zootécnicas y morfológicas) que muestra la res: fenotipo. Genéticamente hablando, sería el genotipo.
Desde el punto de vista del aficionado, sería la impresión que le produce el aspecto general del toro, en cuanto a estampa, volumen (peso) y seriedad que, fundamentalmente, viene dada por la integridad y dimensión de sus defensas (pitones) y por la edad; produciendo respeto al que se “pone delante” y, por supuesto, en el público.
Es tan subjetivo el concepto de trapío, que el nuevo Reglamento Taurino de Andalucía lo ha cambiado por el de “prototipo racial del animal” en función del encaste de la ganadería. Y así ocurre, que puede ser, igualmente, aprobado un astado de origen Santa Coloma (cuyo tipo es más recortado y con menos “cara”) y otro de procedencia Conde de la Corte (grandón y con mucha arboladura). Preferimos – salvo mejor opinión en contrario -, al burel con buenas hechuras, armado y astifino; antes que al “galafate” destartalado y con terroríficas “velas”, que le cuesta humillar al embestir, impidiendo el lucimiento de los toreros. No hay que confundir – y es frecuente – tamaño, con cuajo y hondura.
Como, entre otras cosas, el trapío lo da la edad, el toro (se considera a partir de cuatro años cumplidos) ha de tener los rasgos propios de un animal adulto. Estos que señalamos, son algunos: la cabeza será corta y proporcionada; amplia la testuz, con pelo abundante y rizado (carifosco) en la cara y las astas con suficiente incurvación. El cuello robusto. Extensos y rectos, el dorso y los lomos. De gran capacidad torácica y musculatura desarrollada. Las extremidades fuertes, la cola larga (que le arrastre) y los testículos (si falta uno es motivo de desecho) descolgados. Psíquicamente, su mirada denota gravedad, con viveza en las reacciones y certero al derrotar.
A pesar de la complejidad del término, todos (profesionales y aficionados) se ponen de acuerdo cuando – por el portón de “los sustos” – sale un toro bravo bien encornado, de bonita lámina y con “trapío”, que es en suma: la seriedad que infunde respeto.

Fuente.- Salvador Santoro. Colaborador de Jaén para De Catafalco y Oro.

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