Ardua tarea la de explicar – en el acotado espacio de
esta columna – el vocablo más difícil de definir del extenso argot taurino: el
“trapío”. Empero, en lo posible, se intentará.
Según el académico y
tratadista, José María de Cossío, su etimología deriva de la jerga marinera,
concretamente, del velamen de las embarcaciones. También, en acepción admitida
por la Real Academia Española: “buena
planta y gallardía del toro de lidia”. Para los veterinarios, se trata del
conjunto de características exteriores (zootécnicas y morfológicas) que muestra
la res: fenotipo. Genéticamente hablando, sería el genotipo.
Desde el punto de vista del
aficionado, sería la impresión que le produce el aspecto general del toro, en
cuanto a estampa, volumen (peso) y seriedad que, fundamentalmente, viene dada
por la integridad y dimensión de sus defensas (pitones) y por la edad;
produciendo respeto al que se “pone delante” y, por supuesto, en el público.
Es tan subjetivo el concepto
de trapío, que el nuevo Reglamento Taurino de Andalucía lo ha cambiado por el
de “prototipo racial del
animal” en función del
encaste de la ganadería. Y así ocurre, que puede ser, igualmente, aprobado un
astado de origen Santa Coloma (cuyo tipo es más recortado y con menos “cara”) y
otro de procedencia Conde de la Corte (grandón y con mucha arboladura).
Preferimos – salvo mejor opinión en contrario -, al burel con buenas hechuras,
armado y astifino; antes que al “galafate” destartalado y con terroríficas
“velas”, que le cuesta humillar al embestir, impidiendo el lucimiento de los
toreros. No hay que confundir – y es frecuente – tamaño, con cuajo y hondura.
Como, entre otras cosas, el
trapío lo da la edad, el toro (se considera a partir de cuatro años cumplidos)
ha de tener los rasgos propios de un animal adulto. Estos que señalamos, son
algunos: la cabeza será corta y proporcionada; amplia la testuz, con pelo
abundante y rizado (carifosco) en la cara y las astas con suficiente incurvación.
El cuello robusto. Extensos y rectos, el dorso y los lomos. De gran capacidad
torácica y musculatura desarrollada. Las extremidades fuertes, la cola larga
(que le arrastre) y los testículos (si falta uno es motivo de desecho)
descolgados. Psíquicamente, su mirada denota gravedad, con viveza en las
reacciones y certero al derrotar.
A pesar de la complejidad del
término, todos (profesionales y aficionados) se ponen de acuerdo cuando – por
el portón de “los sustos” – sale un toro bravo bien encornado, de bonita lámina
y con “trapío”,
que es en suma: la
seriedad que infunde respeto.
Fuente.- Salvador Santoro. Colaborador de Jaén para De Catafalco y Oro.
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