Personas desinteresadas que ayudaban dentro de sus posibilidades a los chavales también las había, románticos hasta tal extremo, que llegaban a empeñar su propio dinero formando empresa para montar algún que otro festival benéfico e incluso promocionar a algún torerillo en ciernes y a otros ya puestos en “circulación”. No puedo por menos llegado este punto que rendir un merecido homenaje al turolense Raimundo Navarrro y a su hermano Antonio, el cual llegó a alternar de novillero junto a “Tinín” y Paquirri el 29 de mayo de 1964. En una pequeña parcela situada en una zona llamada “El Pinar” a las afueras de la capital maña, se convertía en centro de reunión de muchos aficionados y que a la postre sería la primera “Escuela Taurina” de la ciudad de otros tantos que probaron suerte en tan difícil andadura, sin ayuda de las modernas “subvenciones”, palabra desconocida por entonces, con un capote y una muleta del desaparecido matador de toros valenciano Luís Millán “El Teruel” (que Dios tenga en su gloria), mas conocido por los amigos como “El Turronero”, por el trabajo ejercido por su madre en la venta de este producto para ganarse la vida. Raimundo dedicaba el tiempo necesario con aquel que se presentara en su casa, dispuesto a practicar el “toreo de salón” y fortalecerse físicamente, de vez en cuando adquiría algunas becerras que tras ser toreadas varias veces se alquilaban para algún pueblo y con los beneficios poder de nuevo comprar alguna res “virgen”¡cuantos viajes harían los animales!, cuando oían el motor del camión, ponían las orejas de punta como diciendo “ya nos vamos de fiesta”, no necesitando manso que les arropara para subir y bajar del mismo, amén de recorrer muchos kilómetros en un “SEAT 124” por las distintas capeas de la provincia para que los chavales pudieran torear, sacrificando en la mayoría de las ocasiones su propia familia, desde aquí mención especial a Antoñita y sus hijos Rafa y Pili por ser los mayores en esa época, sin olvidar por supuesto a los dos pequeños, sin ellos seguro que muchos de los sueños de esos chavales no hubieran podido hacerse realidad.
No siempre era todo tan dulce como el poder saborear la suave embestida de una becerra, en ocasiones adquiría vacas de considerables encornaduras astifinas, por las que su entrañable esposa Antoñita le recriminaba constantemente de que aquello era demasiado para los pobres chiquillos. Alguna de ellas venía incluso preñada para poderle sacar el fruto que llevaba consigo, como el que dio la famosa vaca “madrileña”, que su destino final fue acabar embolada con fuego en un pueblo de la provincia, ¡Que bravura! ¡Que nobleza la de “Madrileña”!, hasta embolada a fuego y con la ofuscación en la vista que tal tradición les produce a las reses, embistió por derecho sobre el asfalto de una calle, sin caerse, sin resbalarse, mugiendo de brava y tragándose los pases de muleta de un valiente espontáneo, llegando este a quedar extenuado por el tiempo aguantado delante de ella y eso que en la finca de “El Pinar” ya le había dado capa Raimundo en una fiestecita campera, ¡como suplicaba Antoñita al ver embestir al animal en esas condiciones, que no vendiera a “Madrileña”.
Indudablemente eran otros tiempos, ese “romanticismo” de la Fiesta y sus gentes ha pasado de moda, no quiero con esto hacer otro capítulo comparándolo con los tiempos actuales, considerando que para todos estos lectores que pudieran identificarse con lo narrado, conmemoren con nostalgia viejas costumbres, dejándoles un buen sabor de boca y por un momento hagan volar su imaginación, apreciando esa imagen y ese aroma imposibles de volver a percibir.
Quisiera finalizar con una lección del maestro Raimundo diciendo:
Que en el mundo del toro unos se marchan, pero siempre surge la sabia nueva. Mientras sigan cerrando la calle de un pueblo cualquiera de nuestra ESPAÑA, salga una vaca y un chaval avispado lleno de ilusiones dé sus primeros muletazos no morirá la FIESTA. Este pequeño relato es un homenaje dedicado a esos TOREROS con mayúsculas porque en ellos está todo el romanticismo y afición del toreo. Después de tantos años de dura lucha en las capeas, con las ilusiones perdidas ya de llegar a ser figura y sin dinero, siguen fieles en su empeño y en cuanto sale un toro, vaca o becerra en cualquier calle o plaza, se pegan codazos por ponerse delante los primeros. Sin dinero, sin gloria ni aplausos, solo su satisfacción personal de medirse ante el animal, si hay suerte y el toro se deja hacen su toreo, el que todos FIGURAS Y CAPEAS llevan dentro. Pues no hay que olvidar que el toreo es grandeza y ese maletilla que se podía ver en cualquier capea llevaba dentro el “ser capaz” de soñar y a la postre aunque le costara la propia vida valía la pena por ser, FIEL A UNA AFICIÓN.
Fotos de Raimundo Navarro en un festival y en "El Pinar" toreando a Madrileña.
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