En el documental Fiesta que emitió anoche la 2ª cadena de T.V.E. tratando el polémico y ya manido tema sobre si “Toros Si” o “Toros No”, centrado en la región de Cataluña, pude volver a apreciar la grandeza de la Plaza de Toros de Barcelona así como de la afición que concurre a los festejos de dicho coso. Este documental me ha hecho reflexionar acerca de las primeras impresiones que en mi infancia pude tener de una corrida de toros.
Para quien no conozca la Monumental de Barcelona pasarían desapercibidos muchos rincones de la misma así como lugares de sus alrededores los cuales me hicieron recordar una época vivida en dicha ciudad cuando la plaza disfrutaba de esplendor taurino, llegando en esas fechas a ser más importante en cuanto a espectáculos celebrados en la misma, mucho más cuantiosos que los que se celebraban en la primera Plaza de Toros del mundo, Las Ventas de Madrid.
En documental desde mi perspectiva de aficionado taurino despertó matices que incluso en momentos he de confesar llegara a emocionarme ante los míos, no quedando nada perplejos dada la intensidad con la que se vive el ambiente taurino en casa.
El documental tuvo para mí unas connotaciones especiales ya que volvió a recordar mi infancia cuando acompañaba a mi padre -músico de la Banda Sansense- a cuantos festejos se celebraban en la misma y antes de acceder a la plaza hacía una parada taurina obligada en el Bar Sol y Sombra para tomarse el clásico café de la tarde donde recuerdo su interior colmado de jamones colgados con un paraguas pequeñito el revés en su extremo para evitar cayera la grasa sobre el inmenso mostrador, local el cual si estuve bien situado, estaban sentados los aficionados entrevistados en dicho documental, digo bien situado porque creo existe aún dicho establecimiento y ha pasado la friolera de 40 años desde aquella etapa donde entre seis y once años se estaba forjando en mí la afición a los toros.
Los cambios de la Monumental de Barcelona de aquellos años han sido sustanciales, sus butacas de poliéster a diferencia del típico tendido de cemento, su matadero donde preparan las reses para su comercialización y que tras la lidia de cada res, dado que la Banda de Música estaba justo al lado de un vomitorio que daba directamente al patio de caballos, bajaba para observar la habilidad de los matarifes en descuartizar la res. Claro que, debo suponer, aunque no lo tenga muy claro, en aquellos días los niños no estábamos tan “educados y sensibilizados” como los de ahora con respecto al “buen o mal” trato a los animales, pero todo lo vivíamos con más naturalidad y entusiasmo que lo hacemos hoy.
Pude apreciar al fondo de una de las imágenes el Museo Taurino del que dispone la Plaza, lugar por donde accedía con mi padre entrando por la Calle Diputación si mal no recuerdo, ¡tantos cambios se han producido en nuestro país desde entonces! que ignoro si hoy día seguirá llamándose de la misma forma.
La primera actividad cuando entraba a la plaza era deambular en el patio de caballos y dirigirme a una inmensa barra de bar para coger aquellos sobres que contenían dos terrones de azúcar para ofrecérselos a los caballos de picar que se encontraban esperando a que el picador de turno los montara para su calentamiento antes de hacer el paseíllo. Pero lo más espectacular era cuando llegaban los toreros, el runrún en el ambiente advirtiendo de su presencia era evidente. Recuerdo la primera vez, esa primera vez ante todo un mundo y un ambiente lleno de colorido y esa mirada de niño desde muy abajo dada mi estatura, ante un hombre muy alto, muy serio, vestido de una forma nunca vista y a otro poniéndole una capa con dibujos muy bonitos sobre el hombro tapándose un brazo; al igual que “el primer amor”, jamás se olvida, a pesar de no recordar por desconocimiento del diestro que se trataba.
Hoy he podido volver a comprobar el cambio de mi Barcelona, aquella que infundiera en mí una afición que jamás morirá conmigo ya que he puesto mi pequeño grano de arena para que con mis descendientes encuentren un muro de resistencia estos recalcitrantes anti-taurinos que con tanto ahínco y despelote exigen la abolición de una cultura milenaria.
De las imágenes de la Plaza de las Arenas no quiero ni hablar, ¡Qué plaza! ¡Qué majestuosidad de edificio!, ¡Qué pena! verla hoy convertida en centro comercial.
Algún día he de volver, esto no puede acabarse así como así, intentaré sentarme junto a la Banda de Música, -muy mermada en componentes por cierto, con la existente por entonces- para escuchar a aquel hombre que decía: “Hay cerveza…, coca cola…, naranjada…, limonada.., pipas, cacahuet.
Foto del Festival Homenaje a D. Pedro Balaña del año 1967
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