Rafael Gómez, el Gallo, veterano del
arte taurino , poseedor legítimo de una auténtica popularidad cordial y
pintoresca, tuvo un bar inaugurado en
una de las calles más céntricas de Madrid. el Gallo abrió un bar, era el
decir de las gentes, que cundia de boca en boca. No nos metamos en
interioridades administrativas, que acostumbran a ser un misterio.
Y más tratándose de el Gallo, que en materia económica siempre fué
una verdadera calamidad. Nadie —ni él mismo—fué capaz nunca de «echar la
cuenta» a este Faraón flamenco, manirroto y genial. Nadie—ni él
mismo—supo jamás lo que el Gallo ganó ni lo que tuvo. Auténtico bohemio,
calé de raza, este calvorota artista y arbitrario hizo de su vida acaso
su mejor «faena» de arte. Supersticioso, fatalista, abúlico y
simpático, el Gallo fué, por sí solo, toda una tradición y toda una
leyenda. Nunca un hombre vulgar, ni una personalidad amorfa y adocenada.
Rafael fué único en su arte, en su bondad libérrima, en su
pintoresquismo y hasta en su prestancia física, que los años no pudierón
amortiguar. Lo cierto es que, sea o no cierto—dejemos interioridades
administrativas—, el Gallo tuvo un bar. Allí estába él, de la mañana a
la noche, con su cráneo reluciente y su sonrisa matizada de gitana
melancolía, haciendo los honores del nuevo establecimiento. «El bar de
el Gallo le llamaba la gente, y la gente tenia razón, porque su instinto
le dice que el pintoresco disparate de establecer un despacho de
bebidas cuando no habia vino ni tapas, y la cerveza escaseaba, y los
mariscos tenian precios astronómicos, y los licores famosos se habian
transmutado en química misteriosa, en plena guerra civil española,no
podía ocurrírsele más que a Rafael el Gallo.
Sin embargo, allí
estába Rafael, hierático, cetrino y sonriente, como siempre; parco de
palabras y de gestos, como un auténtico ídolo de bronce el rostro, de
marfil antiguo la calva veterana. Rafael era estoico y fatalista. Por su
edad, podría libremente estar lejos de Madrid, o, por lo menos,
evacuarse a un barrio menos batido por la metralla enemiga. Pero Rafael
tienia los oídos habituados a todas las tempestades. —Los que se
estremecen—sentenciaba Rafael— cuando estalla un obús no saben Cómo
suena ; un «¡ole!» cerrado o una «bronca» en una plaza de toros.
El bar de Rafael se rotulaba «Los Hércules». Era un recuerdo a la
vieja Alameda sevillana, matriz de toda una casta de artistas flamencos y
toreros famosos, sevillanos todos..., menos este magnífico Rafael Gómez
Ortega, que nació en Madrid. —Me dicen que me vaya—decia el Gallo—, y
no me voy. Por casualidad naci en Madrid, y si aquí tengo que morir,
será mi sino. Todo lo que le tiene que pasar a un hombre está ya
escrito, y no hay nadie más tonto que el que cree que poniendo tierra
por medio se libra de su suerte. Además, a mi no me cogen de sorpresa
guerras y revoluciones. Parece que me dedico a coleccionarlas. He dado
muchas volteretas por el mundo. En América, ya se sabía: llegar yo a una
República y liarse un fregao de tiros, era todo lo mismo. En Méjico, en
Uruguay, en Paraguay, en Venezuela, en la Argentina, en Cuba, he sido
testigo de no sé cuántas revoluciones.
Estoy curado de
espanto. Ahora, compadre, que «esto» de ahora es lo más serio que había
visto: er sin fin der mundo... Su silueta magra, estilizada, tienia un
aire inconfundible, de auténtico señorío, garboso y simpático. . Rafael
sentenciaba; -—Cada uno, aunque no entienda de política, tiene su
sitio. Un artista popular es del pueblo que lo hizo. ¿A quién se lo debe
uno todo? Al pueblo. Su aplauso, su cariño nos dieron fama y dinero.
¡Ea!, pues con el pueblo hay que estar a las duras y a las maduras... Yo
he pasado muchos tragos amargos. Me he visto a veces «entregado»,
hundido. En una sola tarde de suerte, el aplauso del pueblo me ha
resucitado. ¿Es que uno puede olvidar esto? . Y el Gallo vuelve a su
silencio hierático. Empiezan a estallar, no lejos, truenos de metralla
asesina. Rafael fuma impasible. En su rostro broncíneo, el gesto
hermético, inalterable— estoicismo y melancolía—, de las «tardes malas».
Rafael "El Gallo" tuvo un bar...
Fuente.- Antonio Román Romero. http://gestauro.blogspot.mx/2013/05/blog-post_1.html
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