sábado, 9 de junio de 2012

Antonio Bienvenida. Fuiste algo nuestro

Tras lo visto en la Feria de San Isidro de Madrid, aqui les dejo algo con que endulzar la tarde de sabado.

 Sencillamente..........TORERO
Mano de lidiador y pie pálante
Así debió ser, porque sus compañeros resaltaron el alto sentido de la solidaridad profesional que puso de manifiesto cuando fue Presidente del Montepío de toreros, y organizó muchas corridas benéficas en las que no le importaba arriesgar su prestigio y su vida.
A Bienvenida le gustaba, tanto en el ruedo como en la vida, mirar al peligro de frente y a los ojos; se opuso a las corruptelas que amenazaban la limpieza de la fiesta, y a partir de 1952 denunció el fraude del afeitado.
La denuncia le costó cara, y su carrera, después de cinco temporadas gloriosas –de 1953 a 1957- acabó sufriendo un bache que no se debió sólo a las rachas sin suerte.

Esas malas rachas, explican los entendidos, son “algo consustancial con los toros. Ése no es problema de fondo. La dificultad estriba en que es un torero incómodo, porque rehúye las componendas, se niega a medrar a costa de los demás, nunca habla mal de nadie y defiende a los compañeros, incluso a los que procuran alejarlos de las plazas con malas artes. Se encuentra, pues, en inferioridad de condiciones, puesto que no responde a las insidias y nunca juega con ventaja, aunque la circunstancias le permitan hacerlo”.
 
En cuanto a las faenas, Bienvenida tuvo de todo, como en botica: tardes buenas y tardes malas; palmas y pitos; la puerta grande y el insulto ácido desde el tendido cero; críticas exultantes y otras que era mejor no leer; éxitos y fracasos, como todo torero que se precie, ante los que supo crecerse.

Entre las tardes buenas, los viejos aficionados recuerdan aquella histórica corrida del 3 de julio de 1955, cuando toreó gratis a favor de sus compañeros toreros necesitados, y estoqueó en solitario en Madrid seis toros de Galache. “El arte del toreo –sentenció Ronquillo- se llama don Antonio Bienvenida”.
 
En 1956 la Asociación de la Prensa le galardonó con la Oreja de oro y ese mismo año le impusieron la Cruz de Beneficencia. Era el reconocimiento hacia una trayectoria profesional en la que sufrió quince cornadas graves, o quince pequeñas muertes, como le gustaba decir. Eso, sin contar los percances: en 1957 se fracturó una pierna en una lidia a beneficio de los daminificados por las inundaciones de Valencia; y al año siguiente, el toro Cubitoso, de Sánchez Cobaleda, le hirió gravemente en el cuello. Pero, como suele decirse, así son los toros.