lunes, 12 de abril de 2010

Ganaderia de D. Gregorio Garzón Valdenebro









FINCA “CERROPELADO”
No es necesario estar ocupando una localidad en una feria de renombre, Madrid, Sevilla, Pamplona…, y ver en el ruedo a una figura estar delante de un toro. Para disfrutar de una buena tarde taurina simplemente hay que estar “de tapia”, observar la bravura de unas becerras frente al caballo y ver que quien se pone delante para comprobar la bravura de las reses con capote y muleta sepa para qué sirven los avíos de torear y el toreo le surja de lo más hondo cuan si de un manantial de cristalina agua se tratase.
Tarde de toros cambiando muchos matices. Aquí no hay “chispeantes” cargados de alamares en seda y oro. Un cuarto preparado al efecto es el que hace de habitación de hotel para que el maestro vista su atuendo campero compuesto de calzona, camisa y unos lustrosos botos camperos.
El olor inconfundible del campo delata que ha llegado la primavera y a lo lejos se escuchan los cencerros advirtiendo que las vacas llegan al cerrado donde serán apartadas por el mayoral, mientras todo es organizado como lo que es, un rito ancestral; un aficionado entre los invitados aguarda tras un burladero con la muleta en un hatillo, ansioso de escuchar esa voz que hace sentirse por unos momentos el más feliz del mundo “haber, alguien que quiera probar”.
No es tarde de aficionados esperando apretujados al torero en la puerta del hotel, solo unos pocos amigos privilegiados en la explanada del magnífico cortijo que tras saludar al maestro nos dirigimos a la coqueta plaza de tientas donde aguardan cuatro eralas procedentes de Núñez origen Rincón y sementales de Núñez del Cuvillo para demostrar su bravura.
A la voz de “puerta” se hace presente la primera de las becerras a tentar y es el propio ganadero quien se encarga de la labor, con buenas maneras a la hora de jugar los brazos demuestra su exigencia en el transcurso de la prueba de bravura a la res en el caballo que monta Santiago Sánchez, buen piquero y hombre de campo que con una voz recia y seca llama en repetidas ocasiones a la novilla desde una distancia muy respetable. La misma acción se repite con el resto de becerras que han sido elegidas para dar gloria a la ganadería, en esta ocasión es Alberto Lamelas quien en la intimidad que da el campo bravo, borda el toreo ante una buena vaca, poniendo de manifiesto su buen momento. Valor, firmeza y profundidad en su toreo, se adivina su ilusión. Una vez vista y comprobada la bravura de la becerra tanto en caballo como en la muleta llega la hora de gustarse toreando, es cuando el momento se parece más a una tarde de toros pero a diferencia de ésta no hay bullicio de gentes ansiosas de ver triunfar a su torero, ni desplantes a la galería, ni orejas y salidas por la puerta grande en señal de triunfo, no hay ¡olés!, si acaso un “bien” profundo con el que el ganadero acompaña a una media verónica del maestro que deja la vaca a la distancia deseada o a un natural largo y templado. Aquí si alguien triunfa es el toro, ese toro imaginario y soñado que aún no ha nacido y que con la exigencia que se le está pidiendo a su madre por parte de quien posteriormente lo criará si esta responde a las expectativas y, que pasados cuatro años en el mejor de los casos podremos ver lidiar en una plaza de toros de nuestra geografía.
Bajo un silencio sepulcral donde se escucha el suave jadear de las reses vuelve a oírse la voz del ganadero “ya está vista maestro”, seguidamente con permiso del ganadero se da paso al aficionado que está de “tapia” y quiere demostrar sus habilidades sacando presto la muleta del hatillo, intentando emular lo que ha visto hacer al maestro que ahora se encuentra pendiente por si hubiera que hacer un quite. Pude comprobar que a pesar de la edad no existen distancias con el ayer, que la afición a los toros jamás se ahoga con el tiempo, la ilusión por torear tampoco, aunque es verdad que al principio hay dudas y temor, un temor que anida en la realidad del momento y te ves envuelto en confusión, pero hay algo que no puede explicarse y de repente sientes como el cuerpo se te ciñe en un fuego sin calor que te hace sentir una esperanza de poder que te fluye como el agua fresca y cristalina de una fuente. Es entonces cuando el tiempo ante la cara de la becerra se hace eterno, tanto que; caminando despacio y en silencio frente a ella, te da tiempo a pensar que a pesar de los años tienes que expresar tu arte, intentar bordar un derechazo, un natural o un pase de pecho, si esto se consigue sientes como se para el tiempo, quedando un recuerdo de ese mágico momento en la mente que ya nadie te puede arrebatar. Un minuto de gloria, un minuto que te da fuerza y vitalidad para sin ser torero, hacerte sentir y seguir viviendo en torero.
Seguidamente un portón se abre y la becerra, brava y encelada se resiste en volver a su libertad haciendo honor a su hierro, hasta que la voz de su mayoral Luís Morcillo, conocedor de su oficio consigue que tome el camino entre jaras, olivos y chaparros sin saber que para la primavera siguiente vivirá la experiencia de ser madre por vez primera para engrandecimiento de la casta a la que pertenece.
En el camino de vuelta ya de noche, nos seguía una luna triste y sola, quizá escuchándonos hablar sobre lo acontecido ya que no pudo asistir a la grandiosa y soleada tarde que hemos vivido en “Cerropelado”, ella no conoce el sol, no puede broncearse, pero en cambio en la noche es hermosa, también brilla y tiene poderío. Eso nos da paso a comentar como antaño con su suave luz del mismo modo ha dado momentos de gloria a quien ha toreado bajo su manto plateado colmado de estrellas llevado quizá por su influjo en el silencio de la noche.
Agradecer al ganadero Iñigo Garzón y su mayoral Luís la amabilidad con la que nos obsequiaron y hacernos sentir unos momentos inolvidables.