Muchas veces he hablado de cuanto he podido
disfrutar de una tanda de muletazos conceptuándome como de las personas que se
sienten toreros sin haber vestido jamás un “chispeante”. Si, si es posible,
puedes sentirte torero sin serlo, vivir en torero sin serlo, soñar en torero
sin serlo y disfrutar toreando sin serlo.
Algunos se preguntarán cómo es posible sentir todo
lo que estoy diciendo, es muy fácil, lo primero es respetando a ese bello
animal que es el toro bravo, conocerlo, amarlo, sentirlo como algo tuyo,
llorando de emoción llegado el caso cuando el animal demuestra esa extraña cosa
llamada bravura, cuando demuestra ese bello concepto llamado nobleza y sobre
todo, cuando como aficionado respetas al torero, ese hombre que se “embute” en
ese precioso terno de luces y paseo gallardamente bajo ese sol español camino
de barrera para depositar a una bella mujer su capote de paseo y minutos más
tarde juguetea con la muerte en una recreación artística, llena de color, convirtiéndola
en arte, un arte que resulta efímero y que ya jamás se vuelve a presenciar ni
sentir de la misma manera.
He de decir que me encuentro entre los privilegiados
de poder tener verdadera amistad con varios de esta clase tan singular de
hombres, verdaderos “culpables” de que en muchas ocasiones me haya sentido
“torero”; no haré mención de todos porque haría el post demasiado extenso.
Y que voy a decir de los señores ganaderos, Iñigo
Garzón, Jiménez Pasquau, Antonio Torres, Francisco Sorando y donde he hecho mi
última visita después de un tiempo donde disfruté muchísimo viendo torear a mi “Carnicerito
de Úbeda; la casa de los hermanos Martín Campos.
De mano de todos ellos he podido sentir tardes de
verdadera satisfacción ante la cara de las becerras tentadas por muchos grandes
maestros.
En el camino de
regreso acompañado de mi hijo, un joven aficionado después de sentir ambos esa
enorme satisfacción de poder haber presenciado la buena tarde de toros de los
toreros invitados y haber podido dar unos muletazos venciendo esa línea
imaginaria que marca el valor y el miedo interior, hay algo que sustancialmente
les diferencia en cuanto a pensamientos. El joven aficionado solo hace un
comentario que palpablemente se refleja en un rostro que irradia felicidad ¡Que
sitio más bonito, papá! ¡Claro hijo, estamos asomados a Despeñaperros!
El viejo
aficionado práctico ríe, calla y no dice nada, solo piensa. La satisfacción,
aunque de igual modo la siente, la exterioriza menos aunque el pensamiento no
cesa; muchas cosas inundan una mente que no puede dominar. ¡Qué pena! por lo
que el tiempo se llevó. El tiempo, el maldito tiempo que ha pasado sin apenas
darse cuenta en un abrir y cerrar de ojos, y lo peor es que se lleva con él
-sin hacerle falta- lo más importante, algo a lo que ya no se puede opositar
como es la juventud, la fuerza y el vigor de años pasados y que ahora vuelve a renacer
gracias al apoyo de estos buenos ganaderos jienenses.
Bien es verdad
que a cambio de esa juventud se recibe madurez, experiencia; pero en esto del
Toro, un mundo que es distinto a todo ¿para qué sirven? si no van acompañadas
de eso que llaman “Divino Tesoro”. Por eso es la profesión más bonita del
mundo, por eso es tan difícil y por eso solo las mentes privilegiadas y
poderosas optan a ser grandes en esto tan español que jamás podrá desvanecerse
y que ha venido denominándose Tauromaquia.
Gracias Antonio
Martin Campos, gracias torero, de oro y a caballo. Gracias por haber tenido la
oportunidad de volver a disfrutar en una casa ganadera en un paraje idílico que
ni aún soñando se puede imaginar.