En los inicios del toreo a pie, los varilargueros - antecesores del
picador de toros - tenían tal relevancia que, hasta mediados del siglo XIX,
encabezaban los carteles figurando sus nombres delante de los espadas y en
caracteres tipográficos más destacados. Igualmente, gozaban del privilegio de
precederlos en el paseíllo y de permanecer en el ruedo durante toda la lidia,
pudiendo actuar, garrocha en ristre, en cualquier momento para restar brío al
fiero astado. Aún hoy mantienen su rango, al estarle permitido llevar
casaquilla bordada en oro al igual que los matadores.
Hasta 1930, varios piqueros a caballo y dispuestos en fila, esperaban
junto a los toriles la salida del burel para, sin haberlo fijado previamente,
hacer la suerte de picar a “toro levantado”, que es el primer
estado y condición del animal en la plaza. Desde entonces, implantado ya el peto (en
1928) y por indicación del presidente, saltan al ruedo dos picadores de cada
cuadrilla (el de “tanda” o el de “recibir” - como se dice en México -
y el que hace “puerta”), una vez parada la res con el capote.
Los antiguos jinetes de la “vara larga” y los picadores
actuales, suelen ser hombres de campo, mayorales y vaqueros, forjados en las
ganaderías de bravo, donde aprenden el oficio de castigar a los toros con la
vara de detener. No fue el caso del legendario varilarguero, José Bayard “Badila”,
de joven era tapicero, quien en la despedida del mítico torero granadino,
Salvador Sánchez “Frascuelo”, en
1890, picó con destreza a los seis toros del Duque de Veragua, banderilleando a
caballo al cuarto de la
tarde. Destacado compañero suyo fue Manuel Martínez “Agujetas”,
de impetuoso y temerario arrojo.
Dedicar este párrafo, a la señera dinastía de los Atienza, que la
forman un total de dieciséis picadores - siendo la más larga del Toreo - y que
fuera fundada por Miguel Atienza Caro, retirado en 1957, que inventó la “carioca”,
recurso - únicamente lícito - para tapar la salida a los toros mansos que no se dejan picar.
Además, para no hacer larga la relación, citar solo a algunos de los
grandes profesionales contemporáneos. Principiar por el jerezano Alfonso
Barroso, bastantes años con el tristemente fallecido, José María Manzanares.
Ahora un hijo del valorado Barroso, va a las órdenes de Julián López “El Juli”, un figurón del Toreo.
También, han sido maestros en cubrir con lucimiento y eficacia el
primer tercio, los salmantinos: Juan Mari y Aurelio García y Salvador Herrero.
Con igual merecimiento, nombrar al rebolludo pero efectivo, Enrique Silvestre “Salitas”,
de Los Palacios (Sevilla), hijo de un mayoral del hierro de Murube, que tantas
tardes actuara en la cuadrilla de Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”. Asimismo, dejar constancia de Victoriano
García “El Legionario” y de su
vástago, de igual apodo, en activo. Notable por demás, la saga de los
Quinta de la que se dice, de forma eufemística, la frase: “No hay Quinta malo”. En los últimos tiempos, ha sobresalido Antonio
Saavedra Dávila (desde 1989 con el “catedrático” Enrique Ponce), entre otros
muchos buenos piqueros.
Intencionadamente, hemos dejado para una próxima columna a los
picadores linarenses y del resto de la provincia de Jaén, que no son demasiados
pero, eso sí, los hay excepcionales.
Salvador
Santoro. (Columnista taurino). Colaborador en laprovincia de Jaén para De Catafalco y Oro.
Nota bene.-
Publicado en la página Web:
http://federaciontaurinadejaen.com, de la Federación Taurina de Jaén, el martes día 4 de abril de 2017, festividad de San
Benito de Palermo.
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