Por Salvador Santoro
(Dedicatoria: A Verónica Ruiz - fotógrafa
taurina - inteligente mujer de hermosura tan completa, rostro agareno y endrina
y astracanada cabellera. Recibe, distinguida dama, la expresión del sentimiento
conque me reitero siempre tuyo afectísimo)
En Tauromaquia, a mi ver, lo más difícil es torear
bien con el capote, en particular a “la verónica”, porque hay que
armonizar el movimiento de los dos brazos. Inventada a finales del siglo XVIII
por Joaquín Rodríguez “Costillares”, esta suerte fundamental del toreo
de capa, se denomina así por semejanza entre la forma de presentar el engaño el
torero y la de mostrar, aquella mujer bíblica, el lienzo impreso - vera icon - con el Santo Rostro de
Cristo.
De salida y cerrando al toro en tablas, lo “para”
- ahora incomprensiblemente se recrimina - el banderillero “que lidia” con capotazos
(ya no se hace “a una mano”, como con maestría lo realizaran “Manolillo de Valencia” o “Michelín”) para fijarlo. En estos
tiempos, por regla general, es el propio matador quien lo recibe, a la altura
del tercio, con lances de tanteo y, después, se estira a la verónica o a pies
juntos ganando terreno al burel. También, son frecuentes y de mucha enjundia
los quites por verónicas con el animal ya picado.
Aunque cada diestro tiene su propia técnica, para
ejecutar la verónica clásica, es muy importante la forma de coger el percal -
más o menos cortito desde la esclavina - pero ofreciendo al astado la palma de
las manos. Se le cita en posición levemente oblicua (dando el “medio
pecho”), echándole la tela bicolor delante, para traerlo enganchado, y
cargar la suerte sobre la pierna de salida en el momento de la reunión. Si se bajan
las manos, el lance gana en profundidad, debiendo “acompasar” - con la
cintura, muñecas y juego de brazos - la velocidad con la que embiste el toro,
lográndose el temple. El remate natural de una serie de verónicas es “la
media” del mismo nombre, abriendo el compás - creación de Juan
Belmonte, que se enroscaba al morlaco en la cadera - o a pies juntos. La
verónica puede darse “rodilla en tierra” (poderosas las
de Antonio Ordóñez) o “de hinojos” (hincadas las rodillas)
como hace David Fandila “El Fandi” -
alarde de valor y dominio - rematando, también, de esta guisa.
A lo largo de la historia del Toreo, marcaron
diferencia al dibujar con arte la verónica diestros como: Francisco Vega de los
Reyes “Curro Puya” (la lentitud,
detenía el tiempo al decir de Don Gregorio Corrochano); Joaquín Rodríguez “Cagancho”, el gitano de los ojos
verdes; el madrileño Manolo Escudero (que hizo escuela); el duende de Curro
Romero con su capotillo “recogío”; el jerezano Rafael de Paula (mágicas y
sutiles las suyas), Fernando Cepeda, torero con empaque, y, por descontado,
José Antonio “Morante de la Puebla”, culmen de la torería con el percal.
Asimismo, destacar toreando de capote, a los espadas
linarenses Víctor Quesada, que derrochaba prestancia, y la hondura y compás que
le imprimía Sebastián Córdoba, en su etapa de novillero y matador de toros.
Coda: un fajo de excelsas verónicas - cadenciosas y
desmayadas - con la rúbrica de una media “de cartel”, saliendo toreramente de
la cara del toro, es el mejor prólogo de una tarde gloriosa.
Salvador
Santoro
(Columnista
taurino)
· Nota bene.- Publicado el día 2 de octubre de 2015, en la página
Web:http://jaentaurino.com,
que edita y dirige José Luis Marín Weil.
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