Muchos años sumido en esta afición, la cual en contrapunto a lo que es el ciclo vital de la vida; el transcurrir del tiempo ha arraigado al alma hasta convertirla en una misma identidad.
Una afición que si bien nació a orillas del “Mare Nostrum”, más tarde; al dejarme caer por tierras norteñas, castellanas, riojanas, navarras, aragonesas o levantinas, pleno de vida y juventud, tras un leve período de tiempo por el Sur; bien que enriquecí de tal manera el alma y vivir taurino, habiéndome permitido en este poco más de medio siglo de existencia, tampoco le faltara nada al cuerpo, aunque por cuerpo, al ser buen mozo, nada me cayese desajustado.
Pero mucho más en fortuna que lo fui, al regresar a estas tierras que por mente jamás pasara el andar buscando y que el azar de la vida puso en mi camino; sí, las tierras que llaman de María Santísima. No me cansaré de repetirlo, fortuna que tuve de cara al tratarme con Juan Antonio Millán “Carnicerito de Ubeda”, torero.
No sé ¿habría que pensarlo? No, esto surge de los adentros, surge de lo más recóndito del alma. La afición a los toros y el lábaro de lo que debe ser el toreo, no puede imaginarse, no puede aprenderse, no hay escuelas para ello; no tendría sentido ni valor alguno si como he apuntado anteriormente, no formase parte de la mismísima alma, de ahí la grandeza del toreo, la dignidad y nobleza de ser torero.
Estar unas jornadas con Juan Antonio Millán, percibir el quehacer diario en la vida de un torero, la dureza de su entrenamiento, su preparación física y mental; nada de esto tendría sentido si todo ello careciera de sentimiento, de emoción, si no se adivinase el interior de la persona; pero con “Carnicerito de Ubeda”, todo ello resulta fácil y de esta forma se capta cuando como es el caso, preconiza la emoción y la verdad en la persona así como en la interpretación de su toreo.
“Carnicerito de Ubeda”, hay que estar con él entrenando para verle cuando despliega su capote -el cual lleva de sus manos muy bien “doblao” como corresponde a quien de verdad es torero- lentamente, como acariciándolo, mostrando al viento ya con las manos bajas, los vuelos arrastrados y las esclavinas….., caídas y desmayadas, templando la eternidad del lance, recreándose en la suerte y derramándola como cuarenta años antes hiciera ese otro “Carnicerito de Ubeda”, su recordado tío Antonio.
Luego, con la muleta, la verticalidad de Juan Antonio Millán se quiebra al girar la cintura en naturales y de pecho. Cada pase es una explosión de entusiasmo. Centrado, majestuoso, facilísimo, el de Ubeda manda, dueño y señor del momento, en series de naturales y redondos, trabados con pases al costado para dejar al toro a centímetros del muslo y pasarlo sin esfuerzo, sin una enmienda.........
En la plaza, “Carnicerito de Ubeda” hace realidad lo ejecutado en la soledad del campo. Llega a ser superior a muchos otros toreros dueños de admiración y beneplácito de parte de un público ávido de sensacionalismos.
“Carnicerito de Ubeda” impone en el ruedo una maestría como pocos, incluso menos tosca a los toros mansos, que a estos también hay que saberles dar su correspondiente lidia. Con mando y temple a los bravos. Sin citar nombres, hay toreros del momento, quizá más “salerosos”, otros más enciclopédicos; también más trágicos, como lo fue Belmonte. Pero Juan Antonio Millán torea clásicamente, sin la menor búsqueda de sensacionalismos, sin ningún “beneplácito” a la galería y con la máxima sinceridad. Como pocos toreros en la actualidad han conseguido hacerlo.
Texto.- J. Cisneros. Fotos.- J.Cisneros. Pepe Olid y L.M. Parrado
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