toda la noche entera, Torero,
de amor y muerte
inundada la dehesa.
La Luna y las estrellas,
con lo mejor de su luz,
vistieron de plata los suelos
y aquel camino de rondar amores
de vuelta para tu casa.
Puede que lo vieras, Torero:
La parada, no paraba;
ni las vacas, ni los recentales;
las novillas y las eralas.
Pitaban los sementales;
los utreros barruntaban
y los machos de dos años.
Y los becerros recién herrados,
presentían lo que pasaba.
La Luna enamorada de tí, Torero,
estaba de madrugada.
Cogió sus dos puñales de plata,
tan afilados como certeros;
para con ellos, en volandas,
llevarte con ella
a poco que descuidaras,
a lo mejor de los cielos,
que para tí guardaba.
Jamás le podré devolver el brindis, maestro. José Olid
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