La noche estaba de luto, negra, infame, oscura y
triste por la muerte de un torero; un torero modesto, un torero que luchaba por
abrirse camino, un torero muy joven que tuvo que ser ahí en la Ciudad del Toro,
Teruel, donde un toro de la tierra le segara la vida dejando al toreo huérfano
de un gran torero y de una grandiosa persona.
Por ese motivo, la crónica sobre la actuación de
otro torero en un escenario flamenco como es la Peña Plomo y Plata hoy será
breve, perdóname amigo Enrique, sabes el aprecio y el respeto que os tengo a todos los toreros, a
todos, hombres de oro y hombres de plata, hombres de traje y hombres de corto,
todos toreros, todos grandes, todos tocados por esa varita mágica que muchas
veces resulta muy injusta, una injusticia que sirve para demostrar lo grande
que es el toro, lo grande que es el torero, lo grande que es el toreo,
acompañado en esta noche por un cante que rasgaba el alma con las notas de la
guitarra de Fernando “El Cali”, unas notas que llegaban al corazón más que
nunca con esas notas llenas de dolor ante el cuerpo presente del que unas horas
antes daba su vida en el ruedo y que hoy con toda seguridad estará junto al
Padre.