Muchas veces al hablar de cuando he podido disfrutar
de una tanda de muletazos conceptuándome como de las personas que se sienten
toreros sin haber vestido jamás un “chispeante”, si, es posible, puedes
sentirte torero sin serlo, vivir en torero sin serlo, soñar en torero sin serlo
y disfrutar toreando sin serlo. Algunos se preguntarán cómo es posible sentir
todo lo que estoy diciendo, es muy fácil, lo primero es respetando a ese bello
animal que es el toro bravo, conocerlo, amarlo, sentirlo como algo tuyo,
llorando de emoción llegado el caso cuando el animal demuestra esa extraña cosa
llamada bravura, cuando demuestra ese bello concepto llamado nobleza y sobre
todo, cuando como aficionado respetas al torero, ese hombre que se “embute” en
ese precioso terno de luces y pasea gallardamente bajo ese sol español camino
de barrera para depositar a una bella mujer su capote de paseo y minutos más
tarde juguetear con la muerte en una recreación artística, llena de color, convirtiéndola
en arte, un arte que resulta efímero y que ya jamás se vuelve a presenciar ni
sentir de la misma manera.
He de decir que me encuentro entre los privilegiados
de poder tener verdadera amistad con varios de esta clase tan singular de
hombres, verdaderos “culpables” de que en muchas ocasiones me haya sentido “torero”;
no haré mención de todos porque haría el post demasiado extenso, pero con toda
seguridad que cada uno de ellos tendrá su momento.
Hoy quiero hablaros del torero de Cortijos Nuevos
Alberto Lamelas. Ayer estuve desarrollando mi verdadera profesión, la de
cocinero, comida campera para amigos, tentadero, capea, coloquio, en fin, todo
lo que conlleva un buen día de campo en el mejor de los escenarios, una ganadería
de reses de lidia.
Al salir por la puerta del cortijo camino de la
placita de tientas, escucho mi nombre y al volverme ya que no me percaté de su
presencia al encontrarse dentro del coche, era el torero Alberto Lamelas; un
abrazo de parte del torero y su peón de confianza Fernando Téllez me hicieron estremecer
de alegría, pues hacía tiempo que no veía a Alberto ya que como a otros muchos
toreros de la provincia las empresas hacen que no se prodiguen mucho por no
decir nada por su tierra. Lo primero fue tener la satisfacción de poder ofrecerle
una dulce espuma de limón que había preparado como postre para los invitados y
mantener una pequeña charla con ellos.
Ya en la plaza Alberto demostró para mi persona algo
que me resulta muy difícil conceptuar, estábamos en un tentadero si, era uno de
esos momentos donde el matador está descansando y admirando a los socios de la
Peña Taurina Oliva y Oro, invitados de honor en esa tarde y que en ese momento
estaban disfrutando de una de las becerras. No era una tarde de toros en Madrid
o en Francia donde por cierto va a torear próximamente lidiando una corrida del
Cura de Valverde, no; pero quien es
aficionado sabe que todos los momentos y esté lo que se esté lidiando en la
plaza tiene su importancia; pues Alberto, demostrando la clase de persona que
es, me preguntó estando sentado junto a él como otras veces ha hecho, por la
salud de mi esposa, la cual lleva camino de trece años con esa atroz enfermedad
que es la Esclerosis Múltiple, éstos y muchos otros detalles son motivos que
engrandecen a un torero, no solo como torero sino también como persona.
Pero no quedó ahí la cosa, llegado el momento de
torear su segunda vaca, Alberto una vez finalizada su labor de tentadero y dado
el permiso del señor ganadero, me ofrecieron torear esa res, la verdad, una
respetuosa res, con importancia y respeto; como lección dada por otro gran
torero de Jaén, respeté el turno para que saliera un joven chaval que en su día
intentó ser torero -ya se sabe que en esto del toro son muchos los llamados y
muy pocos los elegidos- y una vez acabó unas tandas fue cuando me dirigí a la
cara de la respetable vaca para intentar sacar algún muletazo.
He de decir que
ha sido la vaca de más cuajo que he toreado en esta casa ganadera, como he
dicho una vaca a la cual había que saberle hacer las cosas muy bien, darle su
justa distancia y citarla sin dudarle un ápice; las sensaciones fueron “divinas”
y todo gracias al torero Alberto Lamelas que bajo su dirección y consejos junto
a las del otro torero Fernando Téllez, siempre muy cerca de mi preparado con el
capote, hicieron posible a pesar de casi llegar a dudar de quedarme frente el
animal y ellos dos animarme, conseguir dar cuatro muletazos ligados y un remate
por bajo, que verdaderamente me hicieron sentirme torero, algo que en
detrimento del resto de los mortales, es algo que solo en ese sitio se tiene la
capacidad de vivirlo y el placer de sentirlo.
Gracias Alberto, gracias Fernando, muchas gracias
por vuestra enseñanzas y sobre todo por haber confiado en mí sabiendo que
aunque pocas veces, de vez en cuando soy capaz de dar un muletazo, habéis
conseguido que con la tarde de ayer me sienta fuerte y mentalizado para el
próximo tentadero, siempre os tendré en cuenta maestros.
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