viernes, 26 de diciembre de 2014

A TI, PADRE.

Hoy es un día triste a pesar de las muchas alegrías que con él se vivieron. Es difícil describir en unas líneas el sentimiento hacia un ser querido, aún resulta más difícil cuando ya no está en cuerpo; pero son tantas las lecciones, las vivencias y el ejemplo de vida que dejó como legado para los tuyos que hoy como siempre sigue estando entre nosotros, le sentimos en nuestros corazones, vive en él y así será eternamente.

En estas fechas tan cristianas como entrañables para los hombres de fe y buena voluntad. Día de Navidad, una fatídica noche que jamás podré olvidar cuando de regreso a Baeza tuve un presentimiento que se hizo realidad, a la llegada a casa suena el teléfono para informarme del fatal desenlace. Una noche mágica nace un Niño, otra sin embargo, mágica también, fallece un Hombre; la muerte, siempre caprichosa, mordaz y traicionera, segó con su guadaña la vida de un hombre honrado y quiso hacerse presente en tan señalada noche.

Mis manos tiemblan inseguras al teclear estas letras, mis ya cansados ojos, aunque de nada se asustan a estas alturas de la vida, se humedecen por la muerte de un padre, el corazón palpita más rápido que de costumbre, se acongoja al penetrar en él los recuerdos de una corta infancia, corta sí, pero intensa y maravillosa en todo mi ser ¿Pudiera ser que el alma de un padre inunde la de sus seres más queridos el día de su muerte, como queriéndose aferrar a esa vida a la cual despide?, lo ignoro, pero algo especial debe de suceder en ese trance que va de la vida a la muerte, de eso estoy seguro.

Hoy, pasados ya 13 años desde tu marcha quiero dedicarte este pensamiento en voz alta. A ti padre, un hombre honrado y polifacético, que aún sin una base de estudios donde apoyarte, tuviste la suficiente fuerza para traspasar esos conocimientos especiales de la vida a tus hijos. Uno de ellos vistiendo un uniforme tan honroso como el que tú supiste llevar. Otro con una profesión tan artística como la más grande de tu otra actividad, la música, grandeza en ambas. Dos más desempeñando oficios tan honrados como así fue tu vida. Y tu niña, aquella niña morena de ojos vivaces con la que pasaste tantos días de desvelo y miedo ante tan grave enfermedad y que Dios, el mismo que ahora te lleva a su lado, te devolvió aquel maravilloso día después de un tiempo de dolor e incomprensiones.

Corta infancia he comentado con anterioridad, corta pero dulce como aquellos pasteles que me comprabas tras la jornada de cobro cuando antaño el sereno recibía sus emolumentos de la recaudación que domingo tras domingo se hacía del barrio que vigilabas. Mañanas de domingo deseoso de que acabaran pronto para por la tarde acompañarte a la Monumental, mi Plaza de Toros de Barcelona y; disfrutar dando terrones de azúcar a los caballos de picar, los cuales sisaba de los platos del café de la barra del bar Sol y Sombra donde acostumbrabas a tomar café y los que del mismo modo cogía del bar existente en el Patio de Caballos de tan majestuoso Coso.

Siempre te tuve como el mejor de los hombres, un hombre continuamente luchando por dar lo mejor a sus hijos. Te recuerdo siempre trabajando después o antes de la jornada en tu trabajo habitual; haciendo todo tipo de piezas para coches, puliendo otras de ellas; colando ese preciado material como es el barro para que manos artesanas pudieran convertirlo en obras de arte, labrando la tierra para cosechar todo tipo de frutas y hortalizas que lejos de negociar con ellas, regalabas a cuantos nos visitaban en la bonita finca que todos pudimos disfrutar y, sobre todo, construyendo, la más grande de tus pasiones, pero la más dura para un niño de corta edad que ayudaba lo que podía y todo aquello le enseñó a elegir y labrarse el futuro.
Recuerdo esos domingos de concierto donde aprovechabas el descanso para ir a la heladería más cercana y tomarte un gran helado diciendo: “De esto me tomaba un cubo”.

Atrás quedaron aquellos días de mi niñez; ya trabajando a una corta edad pero forjándome un porvenir tal y como tantas veces me aconsejabas, recuerdo en mis vacaciones los paseos que daba en aquella gran moto Derbi mientras estabas de servicio, dando y dando vueltas por los mismos lugares donde anteriormente lo había hecho en aquella bicicleta que me regalaste para el día de los Reyes Magos y que no me dejaste la costeara yo mismo con algún jornal recogiendo aceituna. Nunca dejaste probáramos trabajos penosos, en aquellos años la aceituna lo era, preferías ponerte como ejemplo y que si no queríamos estudiar, eligiéramos en lugar de un trabajo al uso, una buena profesión ya que por entonces era algo que podía elegirse. Lo que no pudiste evitar es el que fuera a sacar con no más de doce años y a tiro de vagoneta, una pila de barro ya cuajado por trescientas pesetas y comprarme unos zapatos de moda.

Pasan los años, los recuerdos se aglutinan y aunque la vida mucho ha cambiado, hay cosas, conceptos, que nunca cambiarán y que intentamos inculcar a nuestros hijos, siempre pensando y creyendo que son para su bien. Pasan los años si, pasan los años y aún creo te vaya a encontrar cuando voy de visita a casa, ya solo queda mirar a mi alrededor y aunque siempre estarás con nosotros, mis manos algo temblorosas y ya cansadas, acarician un cabello cárdeno que cubre una cabeza a la que ya solo le quedan fuerzas para el recuerdo, vivir soñando, vivir recordando, vivir, poco o mucho, eso solo Dios lo sabe, pero vivir; como tú vives en mi recuerdo, que junto al amor que siento por ti, permanecerán intactos con el tiempo; no habrá jamás nadie que lo pueda destruir, el amor verdadero crece y florece por siempre.

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